Pero no ha servido para concentrar las reflexiones en nuestras realidades a lo largo del tiempo, ni fijar la vista en el futuro. Nos ha mantenido en un incómodo presente que no acaba de transformarse en pasado, sin tampoco proyectar metas que comprometan su cumplimiento. Ha sido un tema para mantenernos en una especie de tierra "de nunca jamás". En efecto, luego de un siglo de denuncias, todo pareciera seguir igual.
Frente a los técnicos y sus recetas científicas, se han alzado sistemáticamente los políticos y sus atajos asombrosos para llevarnos al paraíso. Y no hemos sido capaces de superar esta polaridad. A primera vista, pareciera que han faltado los prácticos para conducirnos por las sendas adecuadas. A estas alturas conviene preguntarse si es éste el problema fundamental: si fijar la vista en la pobreza, con prescindencia de cualquier otra consideración, es procedente para señalar un derrotero que nos permita apuntar al futuro, sin necesariamente renegar de nuestro pasado.
El problema no son los políticos o los técnicos; tampoco si se soluciona con un determinado nivel de ingreso. Comencemos por valorarnos debidamente, con el objeto de asignarnos metas futuras que nos integren en una tarea común y le den sentido al hecho de ser compatriotas: de compartir historias y esfuerzos. No partamos afirmando que debido a que algunos no reúnen una situación ideal proclamada por teóricos, no podemos iniciar la marcha ni apuntar hacia ninguna meta.
La realidad de situaciones angustiantes y dolorosas no debe confundirnos en cuanto a que la pobreza es, principalmente, una característica de nuestras mentes y almas que se refleja en nuestra vida política. Los pobres también sonríen y se aprontan para celebrar el Bicentenario.
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